sábado, 29 de diciembre de 2007

2.El regreso

Había tocado la campana de salida y las chicas salían del instituto charlando animadamente. Esther y Laura salían riéndose. Unos metros más adelante sus compañeras flirteaban con un chico que no alcanzaban a ver. Al salir del recinto del instituto no se molestaron en mirar al chico, siguieron adelante hacia la parada del autobús. Esther había dejado de ir en coche hacía mucho tiempo atrás y había empezado a ir en autobús con Laura; cuando el autobús terminaba su recorrido Esther llamaba a Víctor y este iba a recogerla después de que tuviera que tomar el metro que la dejaba casi a las afueras de la ciudad.
Las dos chicas iban a montarse ya en el autobús cuando alguien gritó sus nombres; las dos chicas se dieron la vuelta y vieron un chico moreno que les resultaba extrañamente familiar hablando con Almudena. El chico les saludó con la mano y las volvió a llamar.
Esther y Laura se encaminaron hacia la puerta del instituto donde Almudena intentaba ligarse a Dan. Cuando llegaron Dan cogió a Esther por la cintura y le dio un beso en la sien. Almudena y Laura se quedaron con una cara que mostraba un tremendo asombro; la chica se despidió de los tres amigos si salió a correr antes de que el autobús del colegio se marchara sin ella.
Esther siguió el autobús con la mirada y cuando al doblar una esquina lo perdió de vista se separó bruscamente de Dan.
-¿Qué haces?-preguntó la chica.
-¿Querrías haberme visto dándome el lote con ella?-preguntó a la chica.
-Hombre hubiera sido un poquito asqueroso, ¿no te parece?-comentó Laura
-Bueno cambiemos de tema- sugirió Esther- esta tarde tenéis que venir a verme al Gran Teatro.
-Es verdad…vas a tocar tu canción, ¿no?-preguntó Laura
-Claro-dijo Esther- ¿sabes? Hemos perdido el autobús.

Eran las cuatro de la tarde y Esther estaba en su cuarto tocando el piano antes de su recital. Desde abajo escuchó a su abuela llegar de la empresa de la que era dueña. Sofía subió las escaleras que llevaban al piso de arriba para ver a su nieta.
Cuando llegó a la habitación se quedó escuchando desde fuera; Esther estaba cantando una canción que ella había compuesto con el piano:
-Es preciosa-murmuró Sofía desde fuera y se fue.
Media hora más tarde llamaron a la puerta principal. Esther no estaba prestando mucha atención a lo que pasaba a su alrededor, estaba más pendiente del piano y sus partituras.
-¡Esther, soy yo! ¿Puedo subir?-gritó Dan.
La chica abrió la puerta y les gritó que si, que subiera y siguió tocando el piano.
Dan entró en la habitación y se sentó a esperar a que la chica terminara de tocar.
Unos minutos después de que Dan llegara Esther paró de tocar “Las variaciones Goldberg” de Bach. La chica le miró y sonrió sentada en la banqueta. Esther miró la funda que había apoyada en la puerta y por la forma reconoció que era una guitarra.
-¿Es tuya?-preguntó Esther
Dan asintió, la sacó de la funda y se sentó en la cama de la chica. Comenzó a tocar para afinar la guitarra y poco a poco empezó a tocar una música más suave. Esther se sentó a su lado y se dejó levar por la música catando una canción que ella había escrito hacia mucho tiempo atrás para cualquier música. Cuando Dan terminó de tocar Esther susurró:
-Homenaje, pour le tombeau de Debussy, Manuel de Falla.
-Vaya esa canción es preciosa, tienes una voz preciosa-dijo Dan-.Tienes buen oido para esto de la música.
-Es mi canción preferida para guitarra-dijo la chica.
Dan volvió a tocar una canción un poco menos lenta que la anterior, pero también muy bonita. Para esta la chica no tenía letra, pero no le importó pues la canción era preciosa y cuando el chico terminó dijo otra vez:
-Sonogramas I, de Leo Brouwer.
-Alucinante-exclamó el chico- me encanta que seas tan lista.
-Llevo toda mi vida con la música clásica-sonrió Esther-. Mira un día compuse un dúo de guitarra y piano, ¿te apetece que toquemos juntos?
Dan sonrió y asintió. La chica sacó unas partituras de su maletín y le tendió una copia al chico; al ver que el chico no podía poner las partituras al alcance de su vista salió de la habitación y minutos más tarde apareció con un atril que colocó delante del chico.
-Vaya, que bien surtidos que estáis en esta casa.
-Era de mi madre,- sonrió Esther- ella tocaba el violonchelo.
-Lo siento
Esther le sonrió y se sentó en la banqueta del piano para empezar a tocar. Las primeras notas fluyeron del piano y poco a poco los dos instrumentos se fundieron como si fueran uno solo. La canción que Esther había compuesto era bastante larga, así que se pasaron tocando aproximadamente hasta las cinco de la tarde.
Cuando la canción terminó con un solo de piano Esther guardó las partituras y se sentó al lado de Dan:
-Tú no has venido para tocar conmigo, ¿verdad que no?
-Pues no,-confesó el chico- te dije hace unas semanas que iríamos a ver mi casa y eso vamos a hacer, además quiero ver como has progresado en la teletransportación.
-Ya no me dejo ninguna parte de mi cuerpo atrás, creo que eso es un avance bastante considerable-dijo Esther.
-Pues me alegro, porque nos vamos a teletransportar a Nueva York- el chico se levantó de la cama.
Esther miró a Dan porque estaba sintiendo como el chico se metía otra vez en su cabeza; quería enseñarle una imagen de su casa para que le fuera más fácil llegar hasta ella sin perderse en Nueva York.
Esther vio que Dan vivía en un alto edificio, aproximadamente de unas treinta plantas. Era un rascacielos de un color gris muy apagado y estaba situado en el centro de la ciudad, en un barrio de gran importancia.
La chica centró su energía y su magia en esa imagen y ordenó a cada partícula de su cuerpo que se transportaran al apartamento. Sintió como la energía la recorría de arriba abajo, a pesar de que sus fuerzas estaban muy bajas. Comenzó a marearse así que dejó que la magia se escapara de su propósito y volviera a vagar de nuevo por su cuerpo; se dejó caer en la cama agotada respirando entrecortadamente. Sus energías en esa época del año eran escasa; habían sido los exámenes finales, tenía que ensayar mucho para poder dar los recitales y por eso apenas dormía, desde que Dan la había enseñado a teletransportarse por la Tierra había practicado todos los días y eso le restaba energía y en el instituto habían sido muy duros con ellas…sin contar otras cosas que también la dejaban muy débil.
Dan se giró y se sentó junto a ella en la cama. Esther le miró avergonzada por no haber sido capaz de completar el ejercicio.

El chico sonrió y se fijó mejor en la habitación de Esther mientras esta se recuperaba; nunca antes se había dado cuenta de lo grande que era la habitación. Estaba decorada al más puro estilo hindú: tenía una gran alfombra hindú que ocupaba la mayor parte de la habitación, unas grandes ventanas que le daban mucha tranquilidad a la habitación; las paredes anaranjadas contrastaban con las cortinas, hechas de chintz en distintos tonos de púrpura y los muebles también púrpuras; la colcha fabricada con damasco en naranja y púrpura creaba un ambiente suave y de paz en contraste con los diferentes tapices de seda y lino que recreaban distintos momentos de la historia hindú.
El mobiliario estaba compuesto por una mesa auxiliar de madera negra rodeada de cojines negros con bordados en tonos anaranjados y púrpuras, un puff de tonos púrpuras y un armario de puertas correderas de madera negra también. La lámpara que colgaba del techo era de papel, muy larga y anaranjada.
Comparada con mi habitación esta parece un arco iris- pensó el chico.
-¿Estas mejor?- preguntó Dan
-Creo que si, aunque estoy muy débil-contestó la chica-, pero estaré bien para el recital.
Esther y Dan se quedaron en silencio durante unos minutos. Los dos chicos se miraron a los ojos y sus caras comenzaron a acercarse lentamente; estuvieron tan cerca que el tiempo pareció pararse durante horas. Dan acarició el rostro de la chica y justo cuando iba a besarla se abrió la puerta; Laura traía un paquete envuelto y venía muy sonriente.
Los chicos se separaron y Dan se levantó de la cama como si tuviera un muelle y dijo que se marchaba.
-No hace falta…lo entiendo, creo que la que se marcha soy yo- dijo Laura saliendo del cuarto.
-¡No! Laura espera, todo tiene una explicación-exclamó Esther saliendo detrás de ella.
Esther bajó corriendo las escaleras y salió al gran jardín antes de que la chica saliera de la casa.
Laura había perdido la sonrisa y no hacía caso a las llamadas de Esther. Antes de que Laura saliera del jardín Esther la alcanzó y la paró.
-Tiene una explicación,-jadeó Esther- yo me había mareado por el cansancio y…
-¿Iba a hacerte el boca a boca?-preguntó la chica.
-¡No!
-Pensé que éramos amigas y confiabas en mí-sollozó Laura.
-Y confió, no tengo nada con él, fue un simple impulso por mi parte, un impulso muy idiota. Si tuviera algo con él o con cualquier otro tú serías la primera en enterarte, lo prometo.
Las dos chicas se abrazaron y entraron juntas en la casa. Antes de subir Esther le secó las lágrimas a su amiga. Al entrar en la habitación Dan estaba guardando la guitarra en su funda y colocando las partituras para irse.
-No hace falta que te marches-sonrió Laura-, si te marchas tú esto pierde la gracia.
-Es verdad, no tiene gracia si te marchas…- corroboró Esther- quédate y haremos como si nada hubiera pasado.
Dan miró a las dos chicas que sonreían aunque se notaba que Laura había llorado. Por mi culpa, pensó Dan.
-No quiero molestar, de verdad-dijo él- mejor me voy, os veo en el recital esta tarde.
-¡No! quédate tenemos que ver a Esther con lo que le he comprado-dijo Laura-. Toma, ábrelo, pianista.
La chica le tendió el paquete que había traído. Esther le dijo que no hacía falta pero lo abrió con toda la ilusión del mundo: era un vestido precioso.
-¡Gracias! Que idiota no tenias porque comprar nada-exclamó Esther, abrazándola-, es fantástico…
-Pruébatelo, supongo que te estará bien- dijo Laura.
Antes de que la chica saliera de la habitación su abuela entró y después de admirar el vestido dijo que empezara a vestirse que quedaba menos de dos horas para que comenzara el recital; cuando su abuela iba a cerrar la puerta, Esther salió con ella de la habitación sonriendo y dejando solos a sus dos amigos. Dan se sentó en uno de los cojines negros y Laura se tendió en la cama.
-Vas a estropearlo todo-dijo Laura.
-Ha llegado el momento-contestó Dan con indiferencia- hay que llevársela de aquí, cuanto antes mejor.
-Ándate con cuidado, sabes que a él le gusta la eficacia-contestó Laura.
Minutos después Esther apareció con el vestido que Laura le había regalado. Era palabra de honor de color chocolate con una cinta en la cintura color caramelo; por las rodillas llevando un encaje al terminar la falda también en color caramelo.
La chica sonreía y eso hacia que sus ojos brillaran de manera espectacular. Laura y Dan la examinaron de arriba abajo antes de exclamar:
-¡Vaya!
La chica volvió a sonreír y abrió el armario; sacó unos zapatos del color de la cinta y se los puso. Después sacó unos pendientes y una gargantilla dorados y se los puso.
-Dime que no piensas peinarte-suplicó Laura.
-¿Por qué no?-preguntó Esther mirándose en el espejo de detrás de la puerta- creo que debería exterminar los rizos –sonrió- parezco una coliflor.
-¿Le pegas tú o lo hago yo?-bromeó Dan
-Estas estupenda- dijo Laura-. Ni se te ocurra peinarte ni tampoco pintarte, vas guapísima. Yo me voy al baño, tengo que vestirme quedé en ir contigo y estar detrás del escenario.
-Yo también me voy- dijo Dan, cogiendo su guitarra- tengo que vestirme para ir a verte.
-Espera un momento,-Esther sacó una tarjeta de un cajón- tu entrada VIP, diviértete esta noche.
El chico se despidió de las dos chicas y salió de la habitación; se despidió de la abuela de Esther se internó en el bosque que había al lado de la casa donde había pasado tantas tardes con sus dos amigas y desapareció sin que nadie le viera.
Unos minutos más tarde Laura apareció vestida con un pantalón blanco largo una camisa azul celeste con las sandalias a juego y unos pendientes de plata que le había regalado su madre cuando era muy pequeña.

Eran las ocho de la tarde cuando Esther estaba a punto de terminar recital; estaba llegando al final de los Nocturnos de Frédéric Chopin y estaba muy orgullosa con su actuación. Había estado casi dos horas tocando el piano, pero era lo que más le gustaba en el mundo y se podría haber pasado durante días tocando sin parar. Al pulsar la última tecla la sala quedó en silencio y acto seguido todos aplaudieron lentamente hasta que el aplauso casi se convirtió en una ovación.
Dentro de Esther se desató una violenta explosión de sentimientos: estaba orgullosa de su trabajo; también estaba feliz porque sabía que a la gente le había gustado; estaba emocionada porque aunque no era la primera audición que daba en ninguna la habían aplaudido tanto como en aquella.
Se levantó de la banqueta y dio las gracias con una reverencia ante el público antes de que se cerrara el telón.
-¡Fantástica! Has estado fantástica- exclamó su profesora de piano, abrazándola- esa interpretación de Chopin ha sido sublime, y cuando tocaste tu propia canción con la letra…me has hecho llorar, Esther. Me siento orgullosa de ti.
-Gracias, Diana- agradeció la chica- te dije que te dejaría en buen lugar como profesora, y eso es lo que he hecho.
La chica se despidió de su profesora y buscó a Laura con la vista; se la encontró llorando como una magdalena sentada al lado de Sofía.
Esther se dirigió hacia ellas y las miró sonriente. Laura se levantó del sofá y la abrazó fuertemente mojándole el hombro. La chica se rió y le secó las lágrimas con un pañuelo que le tendió su abuela.
-Ha sido magnifico Esther- piropeó su abuela.
-Entre todos vais a conseguir que me ruborice- dijo la chica abrazada a Laura todavía- ¿se pude saber que le has hecho?
-Ha sido tú, tu abuela no hacia nada más que darme pañuelos-contestó Laura- tú canción suena mejor en público.
La chica sonrió y se despidió porque su profesora la volvía a llamar. Después de que todo el mundo la felicitara por su gran actuación y la invitaran a participar en distintos eventos benéficos, políticos, de entretenimiento… y muchos directores de bandas de música le ofrecieran un contrato se sentó con su amiga.
Para Esther faltaba alguien que no había visto en toda la noche. Entonces vio a Dan acercándose a ellas dos. La chica se levantó para darle la bienvenida y el chico le dio un fuerte abrazo. Se pasaron abrazados unos minutos hasta que Laura exclamó:
-Para ya Dan, me la vas a desgastar.
Los dos chicos se separaron y se rieron. Dan también felicitó a la chica por su recital y le pidió disculpas por no haber llegado antes con ellas diciendo que le había sido imposible acercarse a ellas porque la gente que intentaba entrar aquí para felicitarla le impedía pasar.

El cielo estaba aun estrellado cuando Esther sintió que alguien decía su nombre. Al principio pensó que era un sueño, hasta que ese alguien empezó a zarandearla. Ya despierta y sin abrir los ojos le dieron ganas de arrancar unas cuantas cabezas por despertarla tan temprano.
Estirazó todos los músculos de su cuerpo y cuando abrió los ojos vio a Dan que la estaba llamando a la vez que la zarandeaba.
-¿Qué haces aquí?, ¿qué pasa?, ¿por qué me despiertas?- hizo una pausa- ¿cómo demonios has entrado?
El chico le tiró unos vaqueros, una sudadera con gorro con el escudo de su colegio y las zapatillas de deporte. Cogió una mochila que había estado llenando con ropa de la chica y mirándola muy serio dijo:
-Te quiero en la puerta de tu habitación vestida en dos minutos y si no entraré yo a por ti.
Esther se vistió como dijo el chico se recogió los rizos con una pinza y salió al pasillo donde Dan la esperaba apoyado en la pared. Cuando la vio la cogió de la mano y tiró de ella pasillo adelante.
-¡¿Dónde vamos?!-preguntó la chica.
-Schchssss….no hagas tanto ruido- dijo Dan
Dan tiró de ella por las escaleras hasta que llegaron al recibidor de la casa, pero para más sorpresa de la chica allí estaban Laura y su abuela. Aunque no dijo nada notó que su abuela no era la misma; ella estaba acostumbrada a verla siempre muy serena y tranquila pero ahora derrochaba vitalidad por los cuatro costados a pesar de lo temprano que era.
-Habéis tardado mucho-dijo Laura-tenemos que irnos cuanto antes.
Esther miró a su amiga, después a su abuela y después otra vez a Laura. Las dos estaban muy extrañas.
-¿Alguien va a contarme que pasa aquí?-preguntó Esther
-Más tarde, ¿llevas la pulsera?-preguntó Laura.
-Siempre la llevo, -contestó-¿tú también eres de Brólisel?
-Si, todos somos de Brólisel pero no es momento de entrar en detalles- dijo Sofía.
-Señora, no podéis aparecer así en Brólisel- dijo Dan dirigiéndose a Sofía- Esther ve a la cocina y trae agua, ¡rápido!
La chica salió a correr hacia la cocina y unos minutos después apareció con una jarra de cristal llena de agua. Al ver a su abuela se llevó las manos a la boca para reprimir un grito, lo cual provocó que la jarra se estrellara contra el suelo.
Sofía no era la anciana de ojos verdes que Esther conocía. Ya no era anciana, apenas aparentaba veintiséis años, pero su pelo gris y recogido siempre en un moño se había convertido en una larga melena púrpura; sus ojos habían perdido el verde oliva y ahora eran de un violeta suave y su piel era tan blanca como la de Laura; vestía una larga túnica blanca con las mangas anchas con bordados en oro y un cinturón también dorado, al cuello llevaba atada una capa púrpura bordada en oro también.
Esther avanzó un poco con tan mala suerte de resbalar con el agua de la jarra. Para evitar hacerse daño paró la caída con las manos, lo que provocó que los restos de cristales se le clavaran en las palmas de las manos. La chica gimió y se levantó rápidamente.
Laura se acercó a ella y la sentó en una de las antiguas sillas que decoraban el recibidor.
Mientras, Dan había murmurado y la jarra se reconstruyó con sus propios trozos, lo que hizo que los trozos que Esther tenía aun clavados en las palmas de las manos salieran a toda velocidad de su carne haciéndola gemir de nuevo. Dan le dirigió una mirada de arrepentimiento a la chica mientras que él recibía otra de odio por parte de Laura.
La chica pasó lenta y suavemente sus dedos por las heridas de Esther. Los dedos emanaban calor y protegían a la chica del dolor que le producían los cortes. Después de realizar varias veces ese proceso todas las heridas de Esther se cerraron sin dejar cicatriz alguna. Laura se levantó del suelo y miró a su amiga con dulzura.
La chica les miró a los tres con cara de no entender nada de lo que estaba pasando. La nueva Sofía se acercó a ella y la levantó de la silla.
-Ther, cariño, se que tendría que haberte explicado esto antes-dijo su abuela-pero quería protegerte y hacer todo lo posible porque no estuvieras involucrada en esto, pero llegaron noticias y tuvimos que actuar, lo siento mucho, cielo.
-No importa abuela, lo entiendo- sonrió Esther- ahora no se como llamarte cuando me enfado contigo, si Sofía o como.
-Esther, ella es Derwen, la autentica reina de Brólisel – dijo Dan- te hablé de ella, ¿recuerdas?
-Claro que me acuerdo- dijo la chica- si ella es la reina y yo soy su nieta…
-Eres la princesa de Brólisel.
-Es hora de irse- dijo Laura asomada a la ventana- siento su presencia muy cerca de aquí, se acercan a gran velocidad.
Dan se acercó a Esther y le rozó la mano para cogérsela, pero el chico se arrepintió. Esther le miró y fue ella la que le cogió de la mano.
No te preocupes estaremos juntos hasta el final. Ahora usa la magia como te enseñe y ve al bosque donde nos vimos por primera vez.
Allí te veré, Dan.
A la chica no le costó mucho encontrar la imagen en sus recuerdos, había estado allí otras veces sin que Dan lo supiera; le pidió a la pulsera que la llevara hasta allí.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Hemos vuelto

Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa después de tantísimo tiempo sin veros y sin escribir nada de nada vamos a usar esta Navidad para pasar aquí todo lo que hemos escrito en todos estos meses en los que ni siquiera nos hemos dignado a pasar por aquí.

Ya podeis terminar de leer el capitulo 1 (por fiiiiin jeje) bueno pues eso ya podeis leerlo y comentar y criticar etc. etc.

martes, 21 de agosto de 2007

El último día en Jerusalén

El oscuro cielo comenzaba a clarear. En el cielo, la noche con su color azabache luchaba contra el día, en un férreo intento por salir vencedor; tal y como sucedía en estas tierras. Abrí los ojos para que las frías paredes acompañasen a mi cansada mirada en aquel último día. Los bloques de piedra conservaban el frescor de la noche y mantenían a raya al calor que transportaba múltiples sensaciones.

Por la ventana se podía observar la ciudad que comenzaba a despertar para hacer frente al día, al último día; en Jerusalén. Aún sentado en mi camastro permití que ese nuevo aire me hablase del ambiente que me rodeaba, pudiendo percibir un futuro para nada incierto, al menos para mí. Incienso, metal, voces, estruendo, calor, dolor, euforia, desesperanza, llanto. Lo entendí perfectamente y al instante capturé todo esto en mi esencia; un mensaje más de la vida, el último mensaje.

Me acerqué a una mesa que había en aquella habitación. Con algo de agua que quedaba en la jarra me lavé la cara, intentando eliminar los restos de cualquier tipo de preocupación. Sabía como debía actuar pues todo debía seguir su curso y yo no era nadie para evitarlo. Poco a poco el aire se llenó con las voces de los imánes que llamaban a sus fieles seguidores a entonar sus oraciones y plegarias.

Como si de un enfrentamiento se tratase, versos de la Biblia en latín surcaban el espacio de la ciudad intentando entrar en las mentes y conciencias de los pobladores de aquellas tierras. Dos formas de vida, dos formas de pensar, de actuar y de creer, dos esencias. Lucha encarnizada de palabras sin sangre de por medio, tan sólo palabras; de momento.

Avancé hasta el pequeño armario que poseía en mi habitáculo. Saqué las únicas ropas que había allí, perfectamente limpias y dobladas. Era la ropa que solía llevar en ocasiones importantes, podría decirse que era la ropa de gala de mi orden y ese día era un día importante. Hasta a mí mismo me parecía un poco irónico considerar el día de mi muerte un día importante, siempre y cuando consideremos como importante un día para la gloria, el recuerdo y la festividad.

Me observé durante unos segundos al terminar de colocarme mis ropas y me puse el crucifijo que correspondía a mi orden. Nuestro último Papa pedía que mostrásemos nuestra cristiandad a aquellos infieles portando muy a la vista cualquier signo de pertenecer a “nuestra santa y pura creencia cristiana” como él solía decir en sus interminables discursos en latín. Esbocé una sonrisa al recordar la cantidad de sandeces que pedía que hiciésemos y dijésemos.

“Proteged esas tierras pues son santas” dijo otra vez, y yo siempre me he preguntado por qué si son tan santas las manchábamos con excesiva facilidad de sangre cristiana y musulmana. Como cristiano que era y sigo siendo, he intentado querer, ayudar y comprender a todos los habitantes de esta tierra. Incluso, he llegado a observar como era posible la coexistencia pacífica entre ambas religiones dentro de la ciudad.

Me situé frente a la ventana y observé el horizonte en donde las tropas enemigas comenzaban a prepararse para el comienzo del día. Se movían deprisa de un lado a otro terminando de colocarse. Pensé que debía hacer lo mismo, después de todo yo también tenía un papel que interpretar en aquel escenario. Yo iba a ser uno de los protagonistas de una historia que quizás con el tiempo nadie iba a recordar.

Me acerqué a mi cama y cogí mi espada. La sostuve entre mis manos recordando todas y cada una de las batallas en las que ambos habíamos participado. La enfundé y la coloqué en mi cintura sintiéndome ya preparado para la lucha. Tenía la opción de escapar de aquella cuidad y salvar mi vida. Tan sólo tenía que coger un par de provisiones y mi caballo, huyendo hacia el mar. Pero como buen cristiano, templario y guerrero enfrentaría mi destino entregando mi vida por la causa que me llevó a Jerusalén.

No podía ni quería alejarme de Jerusalén. Lo más probable era que encontrase una muerte dolorosa en el frío y duro hierro de la espada de algún guerrero musulmán. Pero eso ¿qué más daba? Me quedaría a luchar para que la ciudad siguiese en manos de cristianos y bajo la protección de mi orden templaria y de la Santa Madre Iglesia.

El día se alzaba llamándome a cumplir mi destino y yo me enfrentaría a él con la cabeza alta, sin dudas, sin temores, tan sólo con la seguridad de hacer lo que debía. Ese día Jerusalén iba a caer en manos musulmanas y yo caería con ella. Salí despacio del habitáculo dirigiéndome hacia los exteriores en donde el calor ya comenzaba a hacer mella.

Llegué a una de las calles principales en donde un joven criado cuidaba de mi caballo. Avancé trotando hasta situarme junto a mis compañeros de orden. Miramos como la puerta principal se abría dejándonos paso para salir y defender la ciudad. Había llegado el momento. El último día en Jerusalén.
Dedicado a una gran amiga.
Marta Gómez Medrán

martes, 3 de julio de 2007

Solidaridad

Quisiera con este relato rendir un pequeño homenaje al pesquero español "Francisco y Catalina", que demostró su solidaridad en aguas de Malta ante el inminente naufragio de una patera con cincuenta y un inmigrantes a bordo.



SOLIDARIDAD: Rimbombante palabra llena de significados abstractos, retórica acuñada por políticos súper elocuentes, eterno grito de los necesitados, blasón de los cristianos creyentes para alcanzar su salvación. Impresionante palabra que nada más ser pronunciada nos aprieta y encoge el corazón.


Yo quisiera plasmar en este papel todos los significados que tienes de amor y lealtad entre los hombres, pidiéndote perdón anticipadamente, pues mi joven e inexperta pluma, que unida a la inocencia por mi corta edad no den la talla de que eres merecedora.


En el crisol de las civilizaciones pasadas y el futuro de las venideras has jugado y jugarás la baza mas importante que posee el hombre para su subsistencia.


Yo te pido que no nos abandones, que tu escudo de entendimiento nos proteja contra esa multitud de palabras que nos pueden llevar a nuestra autodestrucción: guerra, hambre. xenofobia, racismo, disputas en general que son dardos envenenados que no podrán atravesarte mientras en la Tierra los hombres de buena voluntad sigan pronunciandote.


Y como agradecimiento, un piro: cual fan de tus significados me gustaria llevarte de epitafio en mi tumba.

"Solidaridad"
Angela Maria

jueves, 14 de junio de 2007

1.Esther

LOS QUE NO TERMINARAN DE LEER EL PRIMER CAPITULO TIENE AHORA SU OPORTUNIDAD.

Era aun muy temprano cuando Esther se despertó, como de costumbre, para salir a hacer ejercicio. Bajó a Duquesa de la cama y se vistió rápidamente antes de de bajar a desayunar. Duquesa era la gatita siamesa de Esther.
Esther era un chica de unos 15 años. Sus ojos eran de un azul pálido intenso y su pelo era negro como la noche y ligeramente ondulado. La chica usaba gafas, pero solo en algunas ocasiones: leer y estudiar. A Esther le gustaba leer, dibujar (cosa que hacia bastante bien), hacer deporte y viajar por el mundo con su abuela. Esther vivía con su abuela, Sofía, en Barcelona, aunque su familia procedía de Larisa una ciudad al norte de Grecia. Según le había dicho su abuela ella era huérfana, debido a que sus padres murieron en un accidente de coche, por eso nieta y abuela vivían juntas en una enorme y antigua mansión a las afueras de Barcelona.
La chica salió de su habitación y bajó a la cocina saltando de dos en dos los grandes escalones que dirigían a la primera planta de la casa. Cuando entró en la cocina encontró a su abuela con la cocinera preparando el desayuno. Margaret le preparó a Esther su desayuno preferido, el que siempre le preparaba o el día de su cumpleaños o cuando empezaba el instituto, o simplemente por que la chica se lo pedía: tortitas recubiertas de sirope de chocolate y nata montada, zumo de naranja recién exprimido, tostadas con mermelada y bollos de crema y chocolate.
-Buenos días abuela, buenos días Margaret- dijo Esther cogiendo un bollo-mmm…. delicioso, Margaret cada día te salen mejor, eres estupenda.
-Gracias Ther-contestó Margaret dirigiéndole una amplia sonrisa.
-Buenos días, cariño, ¿vas a salir a correr ahora?-preguntó su abuela.
-Flabo que fi-dijo la chica con la boca llena-¿Por qué?
-No hables con la boca llena. Ya que es el primer día de instituto podrías,-contestó Sofía- preparar tus cosas y recoger tu habitación, así Nazaret tendrá menos trabajo….
-Como quieras-contestó Esther terminándose el enorme vaso de zumo- Margaret, ¿me haces un favor?
-Pues claro-sonrió la mujer- ¿Qué quieres?
-Podrías hacer mas bollos para esta tarde-dijo la chica- me gustaría invitar a unas amigas.
-Ther cariño, es tarde ¿por que no subes a prepararte?-preguntó su abuela- yo iré a decirle a Víctor que te lleve al instituto.
Esther salió de la cocina, subió las largas escaleras y se adentró en su habitación. Ordenó su habitación a la perfección: hizo la cama, recogió la ropa del día anterior, recogió todos los juguetes de Duquesa…Cuando toda la habitación estuvo recogida, sacó su nueva mochila del armario y guardo sus cosas del colegio en ella.
Terminó de preparar todas sus cosas, abrió el armario de nuevo y sacó su uniforme nuevo; constaba de una elegante falda de tablas a cuadros de distintas tonalidades azules, una camisa azul celeste con una corbata igual que la falda, unos zapatos negros y unos calcetines azul marino, hasta la rodilla. Se vistió, cogió la mochila y bajó para despedirse de su abuela. Entró en el despacho seguida de Duquesa que jugueteaba entre sus pies mordiéndole los zapatos. Su abuela levantó la vista de su trabajo y le sonrió:
-¿Ya te vas? te sienta muy bien el uniforme nuevo-comentó su abuela.
-Gracias abuela-sonrió Esther- si, ya me iba pero…antes de irme tengo que…despedirme de Margaret y echarle de comer a Duquesa
-Esta bien, pero no tardes mucho que se te hace tarde, Víctor te espera fuera- dijo su abuela.
Víctor era el jardinero y chofer de las casa. Era un hombre corpulento, alegre y muy bonachón. Lo que más le gustaba a Sofía de su empleado era la manera con la que trataba a Esther. La chica era como una hija para el hombre.
Esther salió del despacho y se dirigió a la cocina para despedirse de Margaret y echarle de comer a Duquesa. Cuando terminó de hacer esas cosas salió de la casa y vio a Víctor esperándola ante una gran limusina negra. Esther bajó la gran escalinata de piedra, le dirigió una amplia sonrisa al hombre y se metió en la limusina que la llevó directa hasta el instituto, situado también a las afueras de Barcelona. El centro era un edificio con varias décadas de antigüedad, pero estaba perfectamente equipado y completamente modernizado.
Bajó de la limusina y entró al instituto justo antes de que tocara la campana. Dentro se reencontró con sus ``compañeras ´´ de años anteriores, las cuales la ignoraron, a pesar de haber pasado todo el verano sin verse. Esther se dirigió a una de las mesas y se sentó a esperar a que la profesora llegara. Cuando la profesora entró, todas las chicas se sentaron de dos en dos como todos los años. Esther se sentó sola como de costumbre, pero ese año llegó una chica nueva al instituto. La chica era una chica alta con los ojos verdes y su cabello era largo y negro como un agujero negro en mitad de la nada; su piel era blanca y parecía una linda muñeca de porcelana.
-Chicas os presento a vuestra nueva compañera-dijo la profesora sonriendo- se llama Laura y acaba de llegar de Lisboa. Siéntate en aquella mesa de allí, al lado de Esther.
Laura llegó al final de la clase donde se sentaba la solitaria Esther. La chica se sentó y le dirigió una amplia sonrisa a la que Esther contestó dulcemente. Por primera vez en mucho tiempo Esther se sintió a gusto con una compañera de clase.
Esther pasó un día fantástico con su nueva compañera de clase. Se sintió muy a gusto con Laura. Al salir del instituto, Esther salió corriendo para alcanzar a Laura antes de que la chica se subiera al autobús.
-Laura, ¿te apetece venir esta tarde a casa?-resopló la chica- iba a invitarlas a ellas-miró a sus compañeras- pero no iban a venir.
-Pero Esther… no se donde vives- dijo Laura tímidamente.
-Dame tu dirección y Víctor irá a por ti-contestó Esther- ¿te viene bien a las cuatro y media?
-Vale, apunta.
Esther tomó nota y se despidió de Laura. Luego se encaminó hacia la limusina en la que Víctor la esperaba para llevarla a casa. La chica le sonrió y se metió en el coche.
Entró en casa como un vendaval, soltó la mochila en su habitación y fue a ver a su abuela que estaba en el salón esperando a que sirvieran la comida. Esther hablaba atropelladamente porque la idea de encontrar una amiga de verdad la entusiasmaba enormemente. Sofía lo notó en seguida.
-Podrá venir ¿verdad abuela?-preguntó la chica con los ojos brillándoles de felicidad- por favor…
-Claro que si, se te ve muy feliz, debe ser una chica muy especial-comentó Sofía.
-Si que lo es, ella no es como las demás-dijo Esther- y es una amiga de verdad, lo noté nada más hablar con ella.

Ya eran las cuatro y media, cuando Víctor paró el coche frente a la casa de Laura. Llamó al portero y Laura bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó al portal se encontró a Víctor que la esperaba sonriente frente al coche.
-¡Voy yo, voy yo!-exclamó Esther saliendo torpemente del salón.
Habían llamado a la puerta, era Laura. Esther la recibió con una gran sonrisa y la dirigió al salón para presentársela a su abuela
-Abuela, esta es Laura-dijo la chica.
-Encantada Laura-sonrió Sofía- Ther me ha hablado mucho de ti.
-Lo mismo digo señora-la chica le dirigió a la anciana una amplia sonrisa.
-Laura ven,-dijo Esther- te enseñaré la casa.
Las dos chicas se marcharon sonrientes y charlando animadamente. Pasaron toda la tarde juntas: se conocieron mejor, se comieron todos los bollos de Margaret...
-Ya son las nueve, tengo que irme-comentó Laura
-Le diré a Víctor que te lleve-le dijo Esther
-Muchas gracias por invitarme,lo he pasado muy bien-contestó Laura
Esther acompañó a Laura hasta su casa en el coche y de vuelta Víctor notó que venía muy sonriente.
-Es muy especial para ti- afirmó Víctor.
-Me conoces demasiado para engañarte-sonrió la chica-es una chica muy especial,si que lo es.


Daniel era un chico guapo de ojos grises perlinos,tenia el pelo liso, a media melena y de un negro intenso. Vestía pantalón vaquero ancho y desgastado, una camisa negra por fuera del pantalón y zapatillas deportivas.



Una tarde cuando el cielo comenzaba a oscurecer y Esther volvía a casa caminando de clase de piano, vio que Daniel la estaba siguiendo. Esther no le conocía de nada, por eso la chica salió corriendo. Días antes Esther había sentido que alguien la seguía a todas partes, pero cuando volvía la cabeza no encontraba a nadie, así que dejó de darle importancia.

Esther corría y corría, sin pensar en nada más, pero sin saber de donde ni como alguien la cogió del brazo y sintió que colocaba algo en su muñeca.


Esther apareció sentada en una enorme roca, en un bosque que ella no conocía de nada. A su lado apoyado en un árbol estaba el chico que la había estado persiguiendo.


-¡Oye tú!-rugió Ther-¿Dónde demonios me has traído?
-Estás en Brólisel,- contestó el chico-nuestro mundo.
-¿Tú eres tonto o me estas tomando por tonta?-contestó Esther- en el hipotético caso de que existieran más mundos, cosa por lo que deberían ingresarte en un psiquiátrico, mi mundo es la Tierra ¡y no esto!.
-Esther, por Irka cálmate-contestó Daniel- escúchame y podrás irte.
-¿Quién te ha dicho mi nombre?,¿quién es Irka?-Esther se acercó a él- o me contestas o te meto con las partituras.
-Cuando te tranquilices-dijo Daniel-,yo soy Daniel. pero me gusta que me llamen Dan;Brólisel es el mundo del que procedemos y en el que nos encontramos ahora; Irka es la diosa de este mundo.
-Venga ya...-dijo Ther,burlona-ahora en serio.
-Esther, va en serio-contestó Dan-,tienes que creerme.
-Dame pruebas-contestó la chica dandole la espalda-entonces, no tendré más remdio que creerte.
Dan cogió a la chica por los hombros y la encaminó hacia la linde del bosque. La linde se encontraba al acantilado. Al ver lo que se extendia ante ella, se giró hacia Dan con cara de asombro. El chico le sonrió y volvieron a internarse en el bosque. Esther volvió a sentarse en la roca mientras Dan la miraba sonriendo.
-¿Me crees ahora?-sonrió Dan
-Este...si, después de ver esto claro que te creo-dijo Esther
-¿Quieres saber como has llegado hasta aqui, no?-le preguntó Dan.
-Por supuesto,-dijo Esther- y me gustaría saber como llegar a casa.
-¿Ves la pulsera que tienes en la muñeca derecha?- Dan se acercó a ella.
Esther se había olvidado de que Dan le había puesto la pulsera cuando ella corría escapando de él. Era una pulsera preciosa: de cristal con los filos bañados en plata; era muy simple, pero aun así era una pulsera preciosa.
-Es muy bonita, apenas me conoces y ya me haces un regalo así, gracias- sonrió la chica.
-Es una pulsera élfica. Aquí en Brólisel usamos algunas joyas como transportadores,- dijo Dan devolviéndole la sonrisa-esa pulsera fue creada para ti y solo para ti.
Si quieres volver a casa no tienes mas que quitártela y viceversa. Hay una forma de viajar aquí sin necesidad de quitarte la pulsera: solo tienes que ver en que lugar quieres estar en ese momento, si en la Tierra o en Brólisel.
-Entonces… ¿mañana podré venir a verte?- preguntó Esther mirándole.
-En realidad, yo no vivo aquí, pero puedo ir a recogerte al instituto- sugirió Dan-y así me presentas a Laura.
-¿Cómo…?
-Llevo siguiéndote varios días- contestó el chico- se más de ti de lo que tú piensas. Se que antes de conocer a Laura llorabas todas las noches y que siempre te has sentido diferente.
-Es que soy diferente,- Esther se encogió de hombros- pero soy feliz siendo como soy, siendo como yo quiero ser.
Dan sonrió, se acercó a ella y secó una lágrima que resbalaba por su mejilla.
-Ther, creo que será mejor que vuelvas a casa- dijo Dan- tu abuela estará preocupada.
-Pensaré en casa, en la puerta no quiero que a mi abuela le de un infarto cuando me vez aparecer en mitad del comedor- bromeó la chica.
-Piensa en la clase de piano, me gustaría acompañarte a casa- Dan se sonrojó un poco.
-Por supuesto-sonrió Esther- ante la clase de piano, te espero allí.


Los dos chicos aparecieron de la nada ante el edificio en el que vivía la profesora de piano de Esther. Se miraron y comenzaron a caminar sin dirigirse la palabra. Había un silencio que era incomodo para ambos, así que Esther decidió romperlo:
-¿Por qué me has seguido durante estos días?
-Creo que no debes saberlo todavía,-le sonrió el chico- quizás más adelante.
-¿Sabes?, estas empezando a caerme bien- dijo Ther muy seria-los chicos no suelen hablarme y mucho menos tratarme bien.
-Eso va a cambiar,- dijo Dan rodeándole los hombros-ahora me tienes a mi y yo nunca voy a fallarte.
-Me alegra oírte decir eso- contestó Esther.
-¿Quieres que establezcamos una conexión telepática? Así podríamos estar en contacto todo el día: si estás en peligro solo tienes que conectar conmigo y acudiré en tu ayuda.
-Pero…yo no se como establecer una conexión telepática- dijo Esther
-Tranquila, tú solo déjate llevar por mis pensamientos –dijo Dan- mírame fijamente a los ojos y agarrate al recuerdo más reciente.
Esther estaba asombrada por la manera en que los pensamientos de Dan invadían su mente. Sentía como la mente del chico intentaba colarse por todos los rincones de su cabeza. Se habría pasado así durante horas, pero algo comenzó a ir mal: le dolía muchísimo la cabeza, parecía que miles de agujas candentes se le estaban clavando en el cerebro. Comenzó a respirar entrecortadamente y a gemir en silencio mientras Dan terminaba su trabajo. Entonces Esther se desplomó; no se había desmayado, pero el dolor era tan terrible que creía que se iba a morir.
-¡Esther, ¿estas bien?!- Dan se agachó junto a ella.
-Mi cerebro…me duele…-gimió y se desmayó.

Cuando Esther se despertó tenía el pijama puesto y estaba en la cama de un hospital. Al principio su visión era poco nítida y solo veía emborrado, pero con el paso de los segundos distinguió a su abuela sentada en el borde de la cama y a Dan apoyado en la puerta con la mirada perdida. La cara de su abuela estaba poblada de arrugas y tenia unas ojeras espantosas, había perdido el brillo que la caracterizaba. Su abuela sonrió al verla despertar y su cara volvió a iluminarse de nuevo.
-Voy a llamar a la enfermera,- dijo Dan desde la puerta-vuelvo en seguida.
-Espera Dan, voy yo querrás estar con ella después de tanto tiempo- Sofía sonrió y se volvió a Esther- me alegro que despertaras, cariño.
Cuando Sofía salió de la habitación Dan se acercó a la cama de Esther y le dedicó una sonrisa.
La chica estaba muy mareada y aun no entendía por que estaba allí. Le preguntó a Dan y él le explicó lo que le había pasado cuando intentaba crear la conexión telepática.
En ese momento Sofía entró en la habitación con la enfermera y Dan se separó de la cama.
La enfermera era una mujer rechoncha de piel oscura y ojos oscuros también. Se acercó a la cama de Esther y con una sonrisa comenzó a arreglar los botes de medicamentos, de suero… le dio a la chica unas pastillas mientras hablaba con ellos:
-Me gustaría tener un novio como tú, no se ha separado de ti ni un momento.
-Pero él no es…
-No podíamos tocarte sin que él estuviera presente, llevas aquí casi una semana y apenas a dormido por estar a tu lado, puedes sentirte afortunada.
-Vaya…gracias- murmuró Esther.
-No me des las gracias, lo he hecho por que he querido- dijo Dan
La enfermera le dijo a Esther que descansara y salió de la habitación. Sofía se sentó en el sillón que había en la habitación y Dan se puso de nuevo al lado de la puerta.
-Laura ha estado aquí- informó su abuela- y Almudena también… ¿desde cuándo es tan amiga tuya?
-¿Almudena? No se, nunca le he caído bien…Dan, ¿te encontraste con alguna chica de mi instituto al traerme?
-En urgencias estaba esa chica, Almudena-recordó el chico- pensaba que erais amigas.
-Ya se lo que pasa-dijo la chica- no hay mas que verte a ti y a ella le gusta cualquier cosa andante del sexo masculino.
-Vaya, no se que decir- dijo Dan
Todos se quedaron callados durante unos minutos hasta que Sofía lo rompió:
-Dan quiero que me digas cuanto te costó el taxi con el que trajiste a Esther al hospital.
-Señora D´Atolli le he dicho que no quiero que me pague el taxi, sería una grosería por mi parte- contestó el chico- ya le dije que no quería que me lo volviera a pedir, por favor.
Después de estar dos días más en observación el médico de Esther decidió que ya estaba bien para volver a casa. Ese día fue a visitarla Laura. Esther estaba radiante de felicidad al ver de nuevo a su amiga.
La enfermera entró en la habitación con una silla de ruedas para que Esther no tuviera que hacer muchos esfuerzos.
Laura ayudó a Esther a vestirse mientras su abuela arreglaba los papeles del alta médica. Cuando Esther terminó de vestirse Dan la sentó en la silla de ruedas a pesar de las oposiciones de la chica.
Laura comenzó a reírse al ver la pelea que se traían Dan y Esther. La chica le estaba soltando un discurso al chico de sus capacidades y que ella podía andar sola:
-Mira Daniel, tengo 15 años, el médico dijo que estoy bien y ya ves que puedo andar sola por que me pase estos dos últimos días paseándome por la habitación.
-Esther o me dejas que te ayude o te siento yo por la fuerza- amenazó el chico.
-Adelante si eres capaz- retó la chica.
Dan la miró divertido la cogió por la cintura, se la echó al hombro y la sentó en la silla. Laura se estaba desternillando de la risa sentada en la cama mientras Esther soltaba una larga lista de improperios acerca de los cuidados que sobraban y acerca del estupido comportamiento de Dan.
Aun riéndose Laura le dio la bolsa de Esther a Dan y empujó la silla de la chica para encontrarse con Sofía que les esperaba en el mostrador donde se encontraban las enfermeras muy sonrientes. La enfermera que pensó que Dan y Esther estaban saliendo juntos dijo:
-Ahora que está bien deberías hacerle un regalo, muchacho, es una niña muy hermosa no la dejes escapar.
Dan sonrió y siguió a Laura que seguía riéndose, ahora más disimuladamente. Dan la miró con rabia y se montó en el ascensor con ellas.
-¿Te hace mucha gracia?-preguntó Esther.
-Hombre, si te soy sincera, si-dijo Laura

Minutos más tarde los chicos y Sofía llegaron al caserón, donde Margaret, Víctor y Nazaret les esperaban ansiosos de volver a ver a la chica.
Dan, Laura y Esther subieron a la habitación de esta para pasar juntos lo que quedaba de tarde. Al entrar, Esther se sentó en el piano y sacó una partitura. El piano de la chica era un piano de cola negra y estaba situado cerca de la cama, ya que ella se relajaba al ver el piano, aunque no lo estuviera tocando.
-Tengo aquí mi violín de la última vez cuando estuvimos tocando juntas-se acordó Laura.
La chica abrió el armario de Esther y sacó la funda donde se encontraba el violín. Se puso de pie al lado del piano, montó el atril donde irían sus partituras y se colocó el violín; y comenzaron a tocar.
La música que fluía de los instrumentos era suave y melódica. Dan estaba sentado en la cama y al escuchar las música que salía de los instrumentos de las chicas era tan hermosa que pareció que el tiempo se hubiese parado. Durante minutos que a los tres chicos les parecieron horas la música estuvo fluyendo entre ellos. Laura y Esther pararon de tocar por que habían llamado a la puerta.
Laura abrió la puerta con el violín en la mano: era Sofía
-Suena muy bien, chicas-exclamó la anciana-Laura, es sábado, ¿quieres que llame a tu madre y te quedas aquí esta noche con Esther?
-¡Claro, sería genial!-exclamaron las chicas.
Sofía sonrió y cerró la puerta a salir. Esther y Laura comenzaron a hacer planes sobre esa noche, olvidándose de que Dan estaba ahí. El chico carraspeó y las dos chicas se volvieron hacia la cama donde se había tendido y miraba al techo.
-Yo también quiero pintarme las uñas y cepillarme el pelo- exclamó con voz aguda, imitando a las chicas.
Esther y Laura le miraron y comenzaron a reírse. Las dos chicas comenzaron a imaginarse a Dan con las uñas pintadas.
-No seas idiota,-dijo Esther-puedes cenar con nosotras.
-Pero que se te quite de la cabeza que vas a pintarte las uñas-ordenó Laura-, nosotras no nos las pintamos, tarugo.

Pasaron semanas y la amistad de Dan, Laura y Esther crecía de manera fuera de lo normal. Estaban a punto de llegar las Navidades y con ellas los recitales que Esther daría de piano, las vacaciones, los regalos…Y todo aquello que tanto le gustaba a los chicos.

-¡Por fin vacaciones! Aunque es extraño que no nos den las notas hasta después de Navidad-exclamó Laura-.Dentro de dos días es Navidad, ¿habéis comprado los regalos?
-Hace días-contestó Dan- seguro que os van a gustar mucho ya lo veréis.
Los tres chicos se rieron y se montaron en el autobús para ir a la ciudad a hacer las últimas compras navideñas.

Era veinticinco de Diciembre y como siempre Esther estaba despierta muy temprano, esta vez para bajar corriendo a ver el árbol de navidad. La chica se puso la bata y bajó las escaleras deslizándose por la barandilla; su abuela la esperaba al pie de la escalera para abrir juntas los regalos. Víctor, Margaret y Nazaret estaban sentados alrededor de la chimenea con una bandeja de tazas con chocolate caliente y bollos de chocolate. La chica sonrió y se giró hacia el árbol: cada año tenía más regalos debajo.
-¡Feliz Navidad!- exclamó Esther-. Ha nevado, esto es genial.
Los tres empleados y su abuela respondieron de la misma manera y se sentaron todos alrededor del árbol. La primera en abrir sus regalos fue Sofía; le habían regalado: una pluma y un libro, Víctor; unos pendientes con el collar a juego, Esther; un pañuelo de seda y un anillo, Nazaret y una bufanda y un camafeo, Margaret.
La siguiente fue Esther: una tabla de snowboard nueva, Margaret; un juego entero de pinturas al óleo con varios lienzos de distintos tamaños, Víctor; unas nuevas deportivas varios objetos para hacer deporte y un maletín nuevo de piel para llevar las partituras de clase de piano, Nazaret y unos billetes de avión para viajar a las ciudades imperiales, Sofía.
Luego le tocó a Víctor: una camisa y un libro, Esther; un ordenador portátil, Sofía; una colección de libros de jardinería y una pluma de plata, Margaret y un reloj, Nazaret.
La siguiente en abrir sus regalos fue Margaret: un camafeo y una estatuilla de plata que tenía la forma de un cisne, Sofía; unos pendientes y un CD de la música favorita de la mujer, Esther; un guardapelo y un libro de poesías, Nazaret y un reloj y unos pendientes, Víctor.
La última en abrir sus regalos fue Nazaret: varios libros y unos zapatos de salón, Esther; un billete para ir a Italia a visitar a sus hijas, Sofía; una colección de películas antiguas, Margaret y unos guantes con la bufanda compañera y un collar, Víctor.
Horas más tarde llamaron a la puerta principal. Esther escuchó el timbre y supo que eran sus amigos porque había quedado con ellos para darles sus regalos de navidad.
Se vistió todo lo rápido que pudo, pero cuando salió de la habitación Nazaret ya había abierto la puerta y estaba hablando con los chicos.
Esther les vio desde arriba de la escalera sacudiendo los gorros y los guantes de nieve.
-Dan tuvo la genial idea de empujarme del autobús y revolcarme por la nieve- le explicaba Laura a Nazaret- por cierto, ¡feliz navidad, Nazaret!
-Lo mismo digo- murmuró Dan-¡Feliz Navidad! Te hemos comprado unos regalos para navidad, os los vamos a dar a todos juntos.
-Feliz Navidad, chicos, yo también os compré algo. Iros a la cocina estamos allí todos.
Nazaret subió las escaleras al mismo tiempo que Esther las bajaba con Duquesa jugueteando entre sus pies. La chica se había puesto unos vaqueros por dentro de unas botas altas y un jersey de cuello vuelto de lana, en la mano llevaba un anorak gris perla, los guantes y un gorro; como hacía frió Esther le había puesto a la gata una especie de abrigo azul, del color de los ojos de la gata.
-Feliz navidad, Esther- Dan miró a Duquesa y le dijo a la chica- que fina eres.
-Lo se- se rió la chica-.Feliz Navidad a los dos, vamos a la cocina, seguro que Margaret habrá hecho tarta o bollos o galletas navideñas.
-Traemos vuestros regalos aquí- dijo Laura señalando un enorme bolso- vamos a devorar los dulces de Margaret.
Los tres estallaron en carcajadas y se encaminaron hacia la cocina. Cuando llegaron olieron el delicioso aroma de las galletas recién hechas y vieron un montón de regalos en la encimera junto a más chocolate caliente.
Dan se asomó al plato de galletas que Margaret había puesto junto al chocolate y después se fijó en el chocolate que tenía pequeñas nubecitas de algodón flotando en la superficie; se relamió miró a Margaret y dijo:
-Te adoro, Margaret; venía sin hambre y entre el olor y el colorcito que tienen esas galletas…
-¿A qué esperas entonces?-preguntó la mujer- coge una, aun están calientes.
-Vale cogeré una, pero después os daremos los regalos-dijo el chico mordisqueando la galleta.
Los demás se rieron por la cara de inocente que tenía Dan mientras mordisqueaba con cuidado la galleta para que le durara más tiempo y cogieron una galleta.
Laura se acercó al bolso que traían los dos chicos y comenzó a sacar paquetes que fue sumando al montón que había en la encimera. Cuando el montón alcanzó una altura considerable Esther comenzó a coger regalos y a repartirlos; el primero fue para Dan y era de parte de Esther: era un skate nuevo. El chico le dio las gracias y ahora fue él el que cogió un paquete del montón: era para Duquesa y lo había comprado Laura: era una cestita nueva de color negra y naranja, al igual que los cojines de la chica.
Ahora fue Duquesa la que escogió el paquete: era para Laura de parte de Sofía. La mujer le había comprado un violín nuevo a la chica. Luego Laura después de darle mil veces las gracias a Sofía cogió un paquete y se lo dio a Esther; el regalo no tenía el nombre de quien lo había hecho: eran entradas para el concierto del grupo favorito de la chica, una para cada amigo.
-No pensarías que iba a dejarte sin ir a ese concierto, ¿verdad?- sonrió Sofía.
Esther se abrazó a su abuela y siguió repartiendo regalos. El siguiente era para Laura y lo había comprado Esther: era un equipo nuevo para esquiar.
Después de estar casi una hora más repartiendo regalos los chicos decidieron subir a la colina de detrás del caserón a estrenar los equipos de esquí y la tabla de snowboard. Cuando Dan le dio mil veces las gracias a Sofía por el equipo de esquí y otras tantas a Nazaret por el cuaderno para dibujar y el libro de arte pudieron salir a la calle.
Los tres amigos subieron colina arriba con la ropa de abrigo ya puesta después de que Margaret se asegurase de que estaban calentitos y bien protegidos.
Cuando llegaron a la cima los chicos contemplaron las vistas y decidieron que se iban a sentar un rato en el suelo antes de comenzar el descenso.
Laura sacó la cámara de fotos que le había regalado Esther y les echó una foto a sus amigos tendidos en la nieve haciendo un ángel. Después Dan les echó una foto a las dos chicas haciendo el tonto encima de un árbol; los tres amigos echaron tantas fotos que casi terminaron la tarjeta de memoria.
Cuando ya habían descansado bastante de la subida comenzaron la bajada; la primera en bajar fue Laura, que casi se despeña contra una roca que había aparecido de la nada. El siguiente fue Dan que terminó en el suelo debido a que se chocó con la misma piedra con la que Laura casi choca. La ultima en bajar fue Esther que hizo un ejercicio perfecto con su tabla. Al llegar abajo y ver a sus dos amigos sentados en el suelo exclamó:
-¡Lo vuestro es entusiasmo y no lo que tiene Papá Noel en la noche de nochebuena!
-Tú te has deslizado más de un millón de veces por las laderas de los alpes…-jadeó Laura- lo máximo donde yo he estado ha sido en los pirineos.
-¿Entramos dentro a tomar chocolate?-preguntó Esther
-Si, por favor- suplicó Dan- casi me abro la cabeza y necesito algo calentito.